sábado, 27 de junio de 2009

Hans

Hans olía mal y la lluvia del amanecer parecía haber encendido los olores. La tierra se había perfumado de pachuli y nuevos aromas, viscosos y penetrantes. Rostros sombríos, la gente madrugadora había salido ya de la oscuridad de sus chabolas. Los necesitados de evacuar con urgencia orinaban sin recato al borde del camino mientras que otros, más circunspectos, se alejaban un poco buscando la discreción de los arbustos que rodeaban las casuchas, cuidándose de las cobras, difíciles de distinguir sobre la tierra ocre. Algunos habían sacado palanganas de agua para lavarse en ellas de cualquier manera, sin desnudarse, como con una pacata compostura religiosa. Pensé en las ladillas, en el olor acre de los sexos sucios, en el sabor a sudor rancio, en el hedor insoportable de los perros muertos pudriéndose a la orilla del camino.

Mientras escuchaba a Hans hablarme de Uta, la mujer que le abandonó, que renunció a su amor junto al fuego en algún lugar húmedo y frío del norte de Alemania, no podía sustraerme a la lluvia incierta y refrescante que nos regalaba la mañana. Evoqué la casita de la pareja, nido de amor sobre el acantilado, con sus visillos en las ventanas, su olor a chimenea y a puchero. Los días de melancolía plomiza, de brumas y aguaceros del norte de Europa, contrastaban con la mugre, el olor a sudor seco y a alcohol destilado que corría por la piel y la sangre de aquel viejo soldado borracho y sucio. De este Hans con el que estaba compartiendo unas horas turbulentas al final de una larga noche de cerveza barata, poblada de presencias y recuerdos. El azul de sus ojos pertenecía al mundo de Uta. La desesperación de su mirada, al degradado ambiente de este suburbio negro, marginal y olvidado de Windhoek, en Namibia.

Durante una de sus pausas me pregunté a qué mundo pertenecía yo. Descubrí en mí una cierta desesperanza en la urgencia con que escuchaba el relato de Hans, lavando acaso alguna de mis propias tristezas con la lluvia de su desventurada miseria. Quise saber qué rara audacia me mantenía allí, asomando la mañana, bajo la chapa ondulada de aquel garito indecente y miserable, en vez de encaminarme hacia el confort de mi hotel, mi desayuno continental y mi baño caliente.

Debí quedarme traspuesto con estos pensamientos porque, de repente, con voz de sueño, el viejo guerrero de Afganistán, el veterano intérprete de batallas que no eran suyas, me preguntó si le seguía escuchando. Sus palabras dejaron en el aire toda la carga de angustia que le apremiaba. Hans necesitaba atención y exigía concentrarme en el devenir de su historia.

- Lo siento Hans. No sé por qué, de repente me he puesto triste. La tristeza de los tragos -me disculpé-. Estoy escuchándote, pero déjame un minuto.

Salí a la lluvia a despejarme. La película de mi vida retrocedió en el proyector a toda velocidad, devorándose a sí misma, como a la búsqueda de un instante que contuviera la clave de mi existencia. Tal vez dentro de poco me vería yo, como él, en la penuria de mendigar un oído paciente y entregado. La noche en blanco y el alcohol me habían anestesiado durante unas cuantas horas. Pensé que para mí, gran afortunado, aún no había llegado el momento dramático en el que las trompetas de mi apocalipsis rompieran el ensordecedor silencio de mi vida.

Le largué una patada a una piedra, como quien le atiza en el culo al mundo, y me recompuse. Con el brazo desnudo me quité la lluvia que me resbalaba por la cara y volví a sentarme con Hans.


FOTO: Grupo de Ingeniería Gráfica Avanzada (GIGA) de la Universidad de Zaragoza.

NOTA - Este post forma parte de un relato de mayor calado que estoy escribiendo y que quiero publicar completo, en forma de libro, antes de marcharme de Asunción. A los que me lo pidan, les haré llegar, con mucho gusto, un ejemplar.

martes, 16 de junio de 2009

Areguá, la perla del lago

Dedicado a mi amiga Patty Martínez,
apasionada entusiasta de Areguá.

Si el viajero interesado en conocer datos, pormenores y detalles, decide sumergirse en internet, la Wikipedia le pondrá enseguida al corriente de que Areguá es la capital del Departamento Central y de la frutilla -léase fresa al otro lado del mar- y que, además, es una ciudad de artesanías situada a orillas del lago Ypacaraí. Si continúa leyendo, la enciclopedia online le informará de su toponimia, clima, demografía, historia… Escasamente sensible e innecesariamente ilustrado.

Areguá es, por encima de todo, una hermosa e inolvidable experiencia, un viaje en el tiempo a una época pasada donde el calendario se detuvo de pronto y nos dejó un paisaje irrepetible, un legado de glorias lejanas, de singular belleza y notable esplendor.

Areguá es el destino de un viejo tren a vapor que, resistiéndose a morir, sigue haciendo quincenalmente su recorrido desde Asunción, con descuidados vagones de época y una primitiva locomotora, quemando leña como combustible. Inaugurado en 1861, fue uno de los primeros ferrocarriles de Sudamérica, reducido hoy a la nada por el abandono, la desidia, la indolencia y el desinterés colectivos. Aun así, el viajero disfrutará del paisaje, despacio, recreando la vista a no más de 15 kilómetros por hora.

Apenas puede uno echar un vistazo rápido a las artesanías de todo tipo, licores imposibles y deliciosas mermeladas de frutilla que se le ofrecen a la llegada, en lo que algún día debió ser una concurrida estación de ferrocarril. Hay que darse prisa, porque queda mucho por ver. La hora de salida del tren de regreso no nos permitirá disfrutar demasiado tiempo de la ciudad que inspiró La babosa, la obra del genial Gabriel Casaccia, clásica de la narrativa latinoamericana, relato descarnado de las miserias de una aristocracia decadente que se ve obligada a vivir en sus residencias de fin de semana después de haber perdido la mayor parte de sus bienes. La casa donde nació el escritor se ha transformado hoy, de la mano de Bettina, en un encantador hotelito que bien se merece unos minutos de nuestra visita. En el bar se puede disfrutar de un martini rosado excelente… si aún le queda, que algunos somos ya irremediablemente adictos al brebaje.

Lo recomendable es dar un paseo por la avenida Mariscal Estigarribia que desciende majestuosa desde la iglesia hasta el lago -excesivamente contaminado por cierto- admirando, primero, en la colina, un grupo de seductoras casitas de estilo colonial español y luego, iniciado el descenso, las antiguas casonas que pertenecieron, o tal vez aún pertenecen, a familias adineradas de Asunción. Las mismas que, en su época, favorecieron a Areguá como su lugar preferido de descanso hasta que, por razones incomprensibles, las gentes tomaron la errónea decisión de abandonar tanta belleza para trasladarse a un desabrigado y ruidoso San Bernardino, al otro lado del lago.

Paisaje, encanto y rincones de excepcional belleza se dan la mano en esta memorable ciudad. En la calle de los artesanos, el barro es el elemento natural de la variopinta producción de obras de decenas de artistas, algunos formados en la escuela de Manises, España, donde las técnicas de alfarería se van transmitiendo de padres a hijos desde los tiempos de los árabes. Al final de la calle, en la llamada “curva Bolaños”, es obligatorio visitar la galería de arte de Justo “Pete” Guggiari, significativo referente dedicado a la difusión y exhibición de esculturas y objetos de artistas nacionales de reconocida trayectoria. También El Cántaro, espacio cultural y almacén de arte, ofrece interesantes obras, talleres creativos e incluso conciertos de música de nuevos compositores.

Antes de regresar al tren y para acallar el clamor de un estómago hambriento, nada mejor que dejarse ver por el restaurante La cocina de Gulliver, de mi buen amigo Manuel, quien nos deleitará con una tortilla de papa y cebolla, como solo mi abuelita vasca sabía hacer, y una paella que el viajero guardará en el cajón de sus mejores recuerdos gastronómicos.

Casi tan inolvidable como la misma Areguá, la perla del lago, de la que os dejo aquí algunas imágenes. Como para ir haciendo boca.




NOTA - Para ver las imágenes y escuchar la música de fondo que las acompaña, este post contiene, justo aquí encima, un enlace a YouTube que, a veces, puede tardar un ratito en aparecer. ¡Paciencia!