Como sucede casi siempre con estas historias, no hay nada que pueda comprobarse científicamente, pero lo cierto es que a la cebolla se le han atribuido poderes afrodisíacos desde tiempos muy antiguos.
Los egipcios prohibían que un sacerdote comiera cebollas, debido a sus propiedades de estimulación de la libido. Griegos y romanos la usaban con este propósito y Ovidio la menciona expresamente como un afrodisíaco “en el arte de amar”. En cambio, el poeta Marcial la recomienda para alejar al marido. Nada extraordinario al fin, dado que los maridos suelen alejarse sin necesidad de mayores motivaciones y, además, si era la dama quien debía ingerir el remedio, me imagino al pobre hombre huyendo despavorido, tras percibir el pestilente aliento encebollado de la parienta.
Durante la oscura edad media, fue ingrediente de otra medicina más misteriosa: la del amor. La doncella afligida solo tenía que acudir a la bruja del barrio para conseguir el llamado “pastel del amor”, cuyo componente principal era, por supuesto, la cebolla. Pero, ya se sabe que, tratándose de magas y hechiceras, las cosas no son sencillas y el pastel requería ser amasado sobre las propias nalgas de la damisela. La leyenda no lo dice, pero quiero suponer que la cocción de la masa no exigiría también introducir en el horno el culo de la joven.
Seguramente, mientras se terminaba de cocinar la empanada milagrosa, la moza, con la falda remangada y la bombacha en la mano, estaría metida hasta las rodillas en algún riachuelo de cristalinas aguas, frotándose el traste con ramas de romero y tomillo u otras hierbas aromáticas, a fin de contrarrestar tan repulsivo olor. No vaya a ser que resultase peor el remedio que la enfermedad.
Los mozos del medievo la utilizaban para fines más conspicuos. Si uno tenía problemas en la cama y no lograba la firmeza deseada, la ingesta de cebollas se convertía en un socorrido “viagra” capaz de enderezar a un muerto. La receta dice que con freírlas en aceite de oliva, junto con un par de yemas de huevo, o tomar su jugo mezclado con miel durante tres días, el efecto es espectacular.
Así lo describe Sheik al-Nefzawi en el clásico de la literatura erótica “El jardín perfumado”, escrito en el año 1535: “El órgano de Abu el-Heloikh permaneció treinta días en erección, sin desfallecer un instante, porque había tomado cebollas."
¡Como si tal cosa, el tipo! ¡Feliz primavera!
FOTO: Cebollas en el restaurante "La cocina de Gulliver",
en Areguá.