
Pero el tiempo y la cercanía del regreso a mi casa, fueron mitigando mis arrebatos de humilde escribidor de blogs, y los calores de esta primavera que termina asolaron la cosecha de mis pobres letras, suavizaron los delirios de mi torpe cabeza, y el ensueño desapareció.
“Cuaderno de Asunción” me aportó utopías y espejismos y yo contribuí con lo que pude, con lo que me daba el cuero. Aprendí a pensar más y mejor y a actuar de una manera más práctica, algo cínica y desvergonzada, eso sí. Con un pragmatismo nuevo que acabó por instalarse definitivamente en mi vida, convirtiéndola en lo que es.
Me ejercité en la insolencia para defenderme de falsos amigos, compañeros desleales y gentes interesadas y, casi sin darme cuenta, descubrí en el camino personas sencillas y encantadoras, hombres y mujeres que acabaron por quererme y me ayudaron, con elegante generosidad, a darle otro sentido al insustancial devenir de mis días paraguayos.
Me ejercité en la insolencia para defenderme de falsos amigos, compañeros desleales y gentes interesadas y, casi sin darme cuenta, descubrí en el camino personas sencillas y encantadoras, hombres y mujeres que acabaron por quererme y me ayudaron, con elegante generosidad, a darle otro sentido al insustancial devenir de mis días paraguayos.
Gracias a ellos aprendí a quererme más y, de este modo, supe también querer mejor. Ha sido esta una época de las que marcan, por más que, de una manera u otra, todas dejan su huella. Han sido unos años crudos y difíciles, detrás de otros que quizás tampoco tuvieron desperdicio pero que, a diferencia de estos, no gozaron de documentación digital.
Creo que el pasado no debe volver. Este blog no tiene ya ningún sentido porque está lleno de pasado, porque se impregnó demasiado de mi historia, de la historia de cada cual en mi entorno, como un corolario proveniente de algo que terminó, de secuelas y vivencias llegadas del pretérito imperfecto.
¡Adiós y feliz Navidad!