lunes, 29 de septiembre de 2008

La tierra sin mal (III): El Karai

La búsqueda de la Tierra sin Mal estaba inserta en la vida cotidiana de los guaraní, formando parte del propio ser del indígena. Era un afán individual, pero sobre todo colectivo. El Karai, algo así como el Chamán Mayor, el líder religioso de mayor rango y prestigio, era su promotor principal.

Los indios se repartían en cuatro categorías en función de sus dones chamánicos, La primera, negativa, agrupa a aquellos que no poseen ningún canto, es decir que no tienen, o que no recibieron aún, el don de la inspiración. A esta categoría pertenecen la mayoría de los adolescentes y algunos pocos adultos decididamente refractarios al comercio con los espíritus. Estos no podrán jamás dirigir las danzas. La segunda categoría reúne a todos aquellos que, hombres y mujeres, poseen uno o varios cantos –prueba de que tienen un espíritu auxiliar- sin estar, no obstante, dotados de un poder susceptible de ser utilizado con fines colectivos. Algunos de ellos (los que se acercan a la tercera categoría) pueden dirigir ciertas danzas. La mayoría de los adultos forman parte de este grupo. La tercera categoría es la de los chamanes propiamente dichos, los paje, capaces de curar, predecir, descubrir el nombre de los recién nacidos, etc. Hombres y mujeres llegan a formar parte de este categoría y tienen derecho al título de Ñanderú o Ñandesy. Sólo los hombres pueden acceder a la cuarta categoría, la de los grandes chamanes, cuyo prestigio supera ampliamente los límites de la comunidad…Sólo ellos pueden conducir la gran danza del Nimongarai, la fiesta más importante de los Apopokúva. Eran los llamados Karai, título otorgado a los grandes chamanes y, curiosamente, a los españoles.

En la práctica, el Karai era un personaje muy especial. Su influencia espiritual superaba los límites de una comunidad. En tiempos de guerra, incluso era el único que podía circular por el territorio enemigo, sin ir a parar al asador. Llevaba una vida errante. Era recibido en cada lugar con todos los honores y, en un momento dado, con suma elocuencia, dirigía la palabra a los que le daban un sitio aislado para permanecer entre ellos unos días. Se le atribuían poderes extraordinarios como resucitar a los muertos, hacerse invisible, acelerar el crecimiento del maíz y las plantas en general y devolver la juventud a las mujeres arrugadas por el peso de los años. Eran los Karai profetas y hombres-dioses.

El Karai, cada amanecer, habla de la Tierra sin Mal. Mantiene viva la esperanza de que es posible llegar a ella. Y conoce las reglas para acceder a su territorio.

lunes, 22 de septiembre de 2008

La tierra sin mal (II): Hombres-dioses

Había dos maneras de acceder a la Tierra sin Mal, a ese paraíso encantado: luego de morir y en vida misma. Tras la muerte hay una recompensa para aquellos que en vida juntaron méritos suficientes para acceder al premio. Después de la muerte de los cuerpos, las almas de aquellos que han vivido virtuosamente, es decir que se han vengado bien y comieron a sus enemigos, se van detrás de las altas montañas donde danzan en bellos jardines, en compañia de sus abuelos.

Era, sin embargo, posible llegar a la Tierra sin Mal en cuerpo y alma, sin haber bebido el trago de la muerte en el camino. Morada de los antepasados, sin duda, la Tierra sin Mal era igualmente un lugar donde, sin pasar por la prueba de la muerte, se podía ir en cuerpo y alma. Esa concepción es revolucionaria porque revela que los hombres aspiraban a ser inmortales como los dioses, observando que los venidos de lejos –los conquistadores- no se percataron de este rasgo distintivo de la cultura de los Guaraní.

Ahora bien, ¿en qué lugar situaban ellos a ese edén donde no se necesita labrar la tierra para que ella produzca y el cuerpo se vuelve inmortal? No hay plena coincidencia entre los diversos grupos étnicos. Algunos lo ponen en el Este, cruzando el mar; otros en el centro de la tierra. También lo suponen ”más allá de las montañas”, hacia al Oeste. Ello podría significar ”detrás de los Andes”. La indicación podría tener algún asidero en los Chiriguanos, que habrían realizado un viaje a la Tierra sin Mal, llegando hasta las estribaciones andinas solamente, debido a la resistencia que encontraron por parte de los moradores de esa zona. Hasta allí pudieron avanzar en su peregrinación.

Félix de Azara

¿Es posible que un ser vivo se adapte al medio?... Sesenta años antes de publicarse "El origen de las especies", un español, aragonés por más señas, se hizo la misma pregunta.

"No hemos tenido otro como Félix de Azara ". La cita es de Santiago Ramón y Cajal, pero bien podría haber sido de Charles Darwin o Alexander Humboldt, que se empaparon de la obra del oscense para escribir sus trabajos.

Félix de Azara fue un naturalista autodidacta que realizó sus trabajos más importantes en Paraguay y el Río de la Plata, donde acudió en 1781 como comisario de límites para trazar la frontera entre Brasil y las colonias. Allí esperó 12 años a que se presentaran las autoridades portuguesas, pero lejos de impacientarse, Azara dedicó el tiempo a observar el fascinante mundo que le rodeaba.

Su capacidad de observación detectó un hecho que los naturalistas habían pasado por alto durante siglos: cómo afecta el medio al aspecto físico de los seres vivos, un apunte que será imprescindible para la teoría de las especies de Darwin.

En 1809, se publica un compendio de su obra titulado "Viajes por la América Meridional", traducido al francés, alemán e inglés, y cuyas observaciones sobre la influencia del medio dieron lugar a nuevas corrientes de pensamiento que la obra de Charles Darwin convertiría en teoría.

El inglés, en su importante viaje por el mundo tras el cual publicó sus famosas deducciones, nombra constantemente a Azara y se asombra ante la perspicacia del aragonés de Huesca, que se había hecho las mismas preguntas 60 años antes.

domingo, 21 de septiembre de 2008

La tierra sin mal (I): Yvymarae´ÿ

Los tupi-guaraní vivían soñando el Yvymarae´ÿ, la prodigiosa Tierra sin Mal donde el maíz crece solo y los hombres son inmortales. Por eso, ellos formaban parte de un pueblo en permanente éxodo.

Los Karai, chamanes con suficiente poder para hacerse invisibles, resucitar a los muertos y devolver la juventud a las mujeres, eran los que mantenían viva la llama de la esperanza de llegar un día al mítico edén.

La tierra tiene un fundamento religioso para los guaraníes. Para los mbyá la tierra se engendra en la base del bastón ritual del verdadero Padre Ñamandú. En el centro de esa tierra que se está formando, se yergue una palmera verde-azul. Otras palmeras se levantan, marcando, a manera de puntos cardinales, la morada de los seres divinos y el lugar donde se origina el espacio-tiempo primitivo. Para los Paï Tavyterã, el Abuelo Grande fundó la tierra sobre la base de dos palos atravesados en forma de cruz, y a partir de ese centro la fue ensanchando y la fue llevando hasta sus últimos límites.

Por más hermoso que el lugar sea, éste siempre tiene sus limitaciones. Alguna vez el yporü, diluvio, destruyó cuanto había sobre la tierra. El tigre azul, jagua rovy, está siempre al acecho, con ganas de probar el sabor de la carne de los hombres. El mba´emeguã, la tierra con sus males, está siempre entre ellos. El ideal es el sitio de la perfección, el Yvymarae´ÿ, que va a borrar definitivamente los rostros de todo cuanto signifique limitación.

sábado, 20 de septiembre de 2008

Cataratas de Iguazú: La leyenda de Tarobá y Naipí

En el comienzo de los tiempos, habitaba el río Iguazú una enorme y monstruosa serpiente, un dios guardián hijo de Tupá, cuyo nombre era Mboí (serpiente, en idioma guaraní). Los caigangues -tribu de guaraníes de la región- debían, una vez por año, sacrificar a una bella doncella y entregársela a Mboí, arrojándola al río, que por ese entonces circulaba mansamente. Para la ceremonia se invitaba a todas las tribus guaraníes, aún a las más alejadas. Fue así que llegó, al frente de su tribu, un joven cacique cuyo nombre era Tarobá.

Al conocer a Naipí, la hermosa doncella que ese año estaba consagrada al sacrificio, se rebeló contra los ancianos de la tribu y en vano intentó convencerlos de que no sacrificaran a Naipí.


Ante la negativa de los ancianos y para salvar a su amor de tan cruel destino, sólo pensó en raptarla y la noche anterior al sacrificio cargó a Naipí en su canoa e intentó escapar por el río. Pero Mboí, que se había enterado de esto, se puso furiosa y su furia fue tal que, encorvando su lomo, partió el curso del río formando las cataratas, atrapando a Tarobá y a Naipí. Cubiertos por las aguas, la embarcación y los fugitivos cayeron desde una gran altura, desapareciendo para siempre.


Pero, temiendo Mboí que el amor de los jóvenes los uniera en el más allá, decidió separarlos para toda la eternidad. Naipí fue transformada en una de las rocas centrales de las cataratas, perpetuamente castigada por las aguas revueltas, y Tarobá fue convertido en una palmera situada a la orilla misma del abismo, inclinada sobre la garganta del río.

Luego de provocar todo este estrago, Mboí se sumergió en la Garganta del Diablo, desde donde vigila a los amantes, impidiendo que vuelvan a unirse. Sin embargo en días de sol, el arco iris supera el poder de Mboí y une nuevamente a Tarobá y a Naipí como un puente de amor.