sábado, 29 de noviembre de 2008

Amores pájaros

He estado tranquilo esta semana, con el blog en la recámara de la conciencia, escuchando los pájaros que suenan como aparatos eléctricos en los árboles que tengo a la altura de mi terraza, la que se asoma a la avenida Kubitschek.

Hay de varios tipos: unos del tamaño de un lorito pequeño, grises, con colas largas y combadas, y las plumas de la cabeza de punta, como despeinados, que viven en una rama grande del mango que da sombra a la ventana de la habitación principal del departamento. Si dejo, como hago, la ventana abierta, los puedo ver escaramuzarse arriba y abajo de la rama, inmunes, presumiendo de tanta cola y haciéndose regates de amor.

Los que más abundan son unos parecidos a gorriones pero de pecho amarillo con la carita pintada de oscuro, como para carnaval, aposentados en la acacia o lo que sea el árbol ese que está en el centro del pequeño jardín de mi edificio. Sus nidos se mecen como camas de agua en cuanto sopla un poco el viento y parece que se van a caer como frutos maduros. Tienen el tamaño de un pomelo y la entrada por la parte inferior. Creo que son de una habitación, sin baño, aunque no he abierto ninguno todavía para verlo por dentro y sacarle el motor. Dicen que el macho construye solito el nido, pajita a pajita, y que al cabo de unas semanas decide, ufano, que está terminado y se va a buscar una pájara novia que viene a ver el lugar.

Cuando llega la tipa pájara, él se posa en la rama de al lado y ella revolotea alrededor de la construcción, sopesando la calidad de materiales y demás. Si le gusta se mete dentro y él entonces le sigue, y es como el matrimonio pájaro. Pero si no le gusta, en vez de entrar lo destruye sin contemplaciones, a picotazos rabiosos la muy reputa, ante la mirada decepcionada del pretendiente, antes de irse a dejarse cortejar por otro macho más industrioso.

Es viernes por la tarde y tengo la mesa ordenada. No hay mucha gente por los pasillos de la STP esta. Bajo a la calle y me alivia el calor, porque arriba no tenemos aire acondicionado desde hace varias semanas -varios años, en realidad- y parece una sauna finlandesa, que cuando lo dije se rió mucho la Emi por lo de finlandesa y sostiene que todo lo mío es siempre rechururú y repituco.


Me molesta la ausencia del botón de arriba en el pantalón y Laura me ha prometido coserme uno nuevo si la llevo a misa este domingo. Iremos a la de diez en punto en la catedral. No sabemos en qué idioma la pasarán, en español, en latín, en guaraní o en portugués, pero ya le he dicho que da igual, que lo importante es mirar a la gente cómo va vestida y los lacitos de las niñas y los zapatitos inmaculados. Al final de la misa nos quedaremos en la puerta a verlos salir, redimidos y contentos y de colores. Amén.

martes, 25 de noviembre de 2008

Villarrica bis

Había quedado en abundar detalles de lo del viaje a Villarrica, pero se me pasó el domingo siguiente en un plisplás, entretenido como estuve en ingerir las viandas teutónicas -regadas con un cabernet tinto que no calificó más allá de regular- ofrecidas para el almuerzo en el Jardían Alemán, la jineteada de Capiatá, comprar jamón ibérico en Enjoyce para la cena que tengo en casa el miércoles, terminar la noche del Día de la Raza bailando al borde de la piscina del Granados con Esther Williams y acabar con la inacabada evaluación del merlot argentino. ¡Demasiados compromisos, oiga, para la edad que tengo!

El caso es que salimos hacia Villarrica el viernes a la una en punto de la tarde en todos los relojes, matamos el hambre por el camino con una chipa y un cocido en María Ana, creo, pasado ya el cruce de Piribebuy, la carretera por donde van los novios a pasar el fin de semana cogiendo -jodiendo, follando, encimando... decimos en Ispanistán- como conejos, a 30 dólares la noche, en La Graciela y otros lugares de categoría turística similar. Solo para extranjeros, dicen.

Arribamos al Villarrica Palace conducidos cual bovinos por nuestro chofer, empeñado en adelantar donde no se debe, con enfermiza atracción por la doble raya amarilla -más como raya de coca que de tránsito- y manejando a trompicones para no permitirnos dormitar un rato, el muy jodido. Roberto y yo nos tomamos una birra de lata en la terraza de mi habitación -bien maja, por cierto, la terraza digo- y nos pusimos a trabajar inmediatamente hasta las tantas de la calurosa tardecita.

Pero, bueno, si lo que se espera es que escriba sobre Villarrica vamos de traste porque no me enteré de nada. Ni siquiera me acerqué al centro de la ciudad para admirar todas las maravillas que Ruth me describió, que dice que su pueblo -su ciudad, perdón- está muy adelantada en materia de sexo y que en carnavales desfila una tipa en pelotas con todos sus atributos al aire fresco de la cordillera. Lo cierto es que el viernes terminamos pasadas las 9 de la noche y yo estaba muy mal por la gripe que me estuvo tocando los ovoides toda la semana y decidí irme a la cama mientras mis colegas se iban de bailongo.

El sábado trabajamos hasta el mediodía, almorzamos malamente una milanesita con papas y pusimos rumbo a Asunción, que mucha gente tenía prisa. El día anterior le había propuesto a Roberto viajar con mi auto, pero casi me impusieron el del proyecto, así que me quedé como secuestrado en aquel berenjenal.

Lo mejor fue la parada en Yataity o como se llame o como se diga, que la Emi me marea con la pronunciación de la dichosa "y" guaraní, pero eso de Yataity ya lo he contado.

Añadir que existe constancia de nuestra visita en el número de noviembre de la revista "Zeta", en la que sale en tapa una tipa en bombacha y corpiño que dicen que es la reina de la lencería fina. Arriba os pongo la foto. La nuestra, no la de la tipa, para que los machos no se exciten innecesariamente. O sí, vaya Ud a saber.

lunes, 24 de noviembre de 2008

La magia de la ortiga

La ortiga es una planta arbustiva perenne de la familia de las urticáceas de la que se conocen más de 30 especies, y a la que todo el mundo teme porque su contacto produce una irritación muy desagradable. Sus pelos urticantes contienen acetilcolina, histamina y serotonina. Crece como mala hierba en los jardines y terrenos baldíos. Sabe defenderse por sí misma y tiene una relación tradicional con romper hechizos y devolver la magia negativa a su lugar de origen.

La ortiga ha estado siempre asociada con las brujas. En la magia, lo más habitual es que las propiedades de una planta se reflejen en los efectos que se consiguen con ella. Una planta con espinas o pinchos será defensiva, otra con olor fragante atraerá al amor, la que sea fuerte y resistente será buena para la salud...

La capacidad urticante de la ortiga la defiende de herbívoros e insectos y, de paso, protegerá al que la porte de los efectos del mal de ojo y otros sortilegios. Un amuleto vegetal hecho de ortiga nos concederá fuerza, vigorizará nuestro cuerpo y mitigará la inquietud interior y nuestras penas de amor.

Uno de los hechizos más populares en los que interviene la ortiga es el de la muñeca mágica, donde una figurita de forma humana se rellena de hojas secas de ortiga. Las brujas de la oscura Edad Media solían añadir en su interior piedras, palabras escritas, objetos preciosos y todo aquello que nuestra imaginación de bruja -o brujo- permita, utilizando cosas que deseamos para nuestra vida interior y nuestro carácter, mientras se formulan deseos y buenas intenciones.

Una vez cerrada la muñeca, se coloca en un altarcito donde descansará y desde donde nos ayudará de manera silenciosa a que en nuestro interior vaya creciendo todo lo que hemos sembrado en nuestro otro yo -la muñeca- y a que se alejen de nosotros aquellos que no nos quieren… por ejemplo, un jefe hostigante, soez, desconsiderado y mandón. Que los hay.

Escéptico soy mucho, pero no puedo perderme esta oportunidad. Ahora mismo comienzo a hacerme una. Por si acaso.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Khayyam

Hacen falta muchos huevos para llamarse Abû I-fath 'Umar ibn Ibrâim al-Khayyan, pero el tipo los tenía para eso y para más.

La historía me la pasó mi amiga Olga, descrita en casi media docena de páginas que trataré de resumir. Para empezar, digamos que Khayyan, -así en breve- fué un poeta persa del siglo XI, autor de las rubaiyat o cuartetos, caracterizados por un atrevimiento y una audacia impía, con los que exhortaba abiertamente a liberarse de los preceptos férreamente defendidos por los ortodoxos guardianes de la ley y la religión islámicas.

Su devoción le llevaba mucho más hacia el vino que hacia la mezquita. El vino, que simboliza los efímeros goces de la existencia, representa también la resistencia del poeta al poder religioso. No hay que olvidar que cantar al vino en un ambiente musulmán es ir abiertamente en contra de una de las más severas prohibiciones de la ley religiosa. Beber vino figura entre los pecados capitales que acarrean condenación, -ya se sabe, nada de paraíso, ni vírgenes, ni verdes praderas- tan grave como robar, matar o cometer adulterio, che.

¿Qué se podría pensar entonces de versos como estos?:

Imita tanto como puedas a los incrédulos,
acaba con los fundamentos de la religión y del ayuno,
escucha la palabra del verdadero Omar Khayyam:
Embriágate, vuela sobre los caminos y recrea tu vida.

O de estos otros:

Traigan la copa.
Aquellos que toman la bebida matutina
¿qué les puede importar la mezquita o la sinagoga?

No aceptó someterse a las mezquinas reglas impuestas ni temió burlarse de los oscuros funcionarios religiosos, obsesionados por la ley y los castigos:

¡Oh, muftí, soy más ingenioso que tú!
Por muy ebrio que esté, más sobrio también que tú.
Tú bebes la sangre de los hombres, yo la de la vid.
Sé honesto ¿quién de los dos es más brutal?

Se dice que, en su juventud, estuvo ligado con Hassan Sabbah quien sería, años después, el "viejo de la montaña", jefe de los hassasines o bandidos asesinos a sueldo. Sea como sea, a través de sus versos se percibe la angustia existencial de un hombre confrontado con el vértigo del infinito, la dureza de la abstracción, la hipocresía de los mojigatos, la brevedad de nuestro paso por el mundo, gozando de este abrir y cerrar de ojos que representa la vida humana, pese a la rotación de los astros que, lejos de nuestras alegrías y de nuestras penas, giran en el cielo marcando la fatalidad de nuestro destino.

Me hubiera gustado conocer a este hombre y ofrecerle un trago con el mejor tempranillo de nuestra hispana cosecha.