sábado, 30 de mayo de 2009

Guay del Paraguay

No he podido sustraerme a la tentación de publicar este texto para regocijo de propios y extraños, a modo de bestiario nacional, aparecido en el diario madrileño "El Mundo" y firmado por el periodista Jiménez Losantos.

Para los no iniciados en los entresijos de la política española, que tampoco se pierden nada, les participo que Bibiana Aído es Ministra de Igualdad en la madre patria, un ministerio sacado de la chistera de nuestro imaginativo presidente con la pretensión de promover la igualdad entre las mujeres, supongo.

Igualarse con el hombre, rey de la creación, como es sabido, se me antoja tarea imposible para tantas necias, capitaneadas por quien afirmó, sin pizca de sonrojo, que el feto humano no es un ser humano y que abortar es como ponerse tetas. ¡Toma ya igualdad!

Bibiana Aído, sin historia, sin leyenda y sin oposiciones, debe partir a Paraguay en excursión semántica, como iban los ilustrados en el siglo XVIII a herborizar y a catalogar lenguas indígenas. Allí, entre los escombros de los partidos colorado y desteñido, a la sombra imprecisa del clero populista, se produce la auténtica revolución silenciosa del discurso político en español. Y si la miembra del Gobierno quiere aportar al diccionario y al politiqués vocablos modernos y conceptos antiguos, no hallará mejor cantera de ingenio. He aquí algunas aportaciones de próceres y próceras paraguayos y paraguayas, recopiladas por los periodistas Vera y Ramírez.

En Radio Ñandutí, un senador oviedista dice a Juan Carlos Acosta: Te vamos a recibir como un hijo prodigio. El presidente de la Junta Municipal de San Antonio se sincera en el diario ABC: Vamos a ponernos todos de acuerdo para eludir la ley. Un diputado de la oposición se siente agredido y dice: No voy a permitir alucinaciones personales. Un analista político habla de La Venus de Mirlo. Blas Riquelme, senador del Partido Colorado, denuncia en Radio Ñandutí que un adversario político se lavó las manos como Pitágoras. No es el único helenista. Una columna en Ultima Hora: La espada de Pericles cuelga sobre el pueblo, compañero. Un líder colorado aclara: La espada de Temístocles pende sobre nuestras cabezas. Pero otro helenista confiesa que cada uno tiene su talón de Ulises. En la campaña electoral dicen que Perón incendió Roma, pero según el ex presidente Duarte Frutos, los delitos son hechos imprevisibles.

¿Anglicanismos, que decía Carmen Calvo? Menos que latinismos, pero los hay: una comisión ad hoc se convierte en hot dog. El senador Julio C. Fanego ayuna en ABC: Hablamos pero no comemos; ese es el valor de la democracia. Al descrédito se suma Eugenio Jacquet, ex ministro de Stroessner: Hasta en la cárcel somos mayoría. Luis Bestard modera: No existe un país del mundo donde no haya corrupción; si fuésemos demasiado radicales no quedaría ningún ministro en el cargo. Y el diputado Magdaleno Silva: ¡Por fin tenemos a un presidente que no es tan corrupto!. Más eruditos: Del Rosario Riveros en Radio Cardinal: Hay que ser y no aparecer. Osvaldo Domínguez, del Club Olimpia: Como dijo Martín Fierro, ladran Sancho, señal que cabalgamos. La colorada Angela Agüero (aquí hay gato incendiado) dice en Radio Cardinal que su partido va a renacer de sus cenizas como el Ave Flemin. Y en Radio Asunción concluye otro Caldera: No tenemos por qué rasurarnos las vestiduras. Todo es tan guay del Paraguay que Bibiana debería estar ya volando hacia esa Academia.

FOTO: Ave Flemin renaciendo de sus cenizas, un poco antes de descubrir la penicilina.

sábado, 23 de mayo de 2009

Tribus urbanas: Emos

En un entorno como el nuestro, de claves indefinidas, donde cada cual atrapa su espacio a su manera, los emos no son más que una forma de expresión de jóvenes que tienden a victimizarse.

Se trata de una nueva e inquietante tribu urbana, cuyos cultores rechazan sistemáticamente a su familia, a la sociedad y a la humanidad completa que, por supuesto, no les comprende. Vestidos de negro, con los ojos maquillados, flequillo a lo pijo alternativo y mirada triste, se autoflagelan para mostrar su dolor. Se definen como personas sensibles, víctimas inadvertidas del mundo que las rodea.

Los emos suelen ser gente delgada que se deja el pelo largo para ocultar parte de su rostro, no vaya a ser que los vean. Debido a su andar afeminado, a veces son confundidos con los metrosexuales -otra tribu urbana de la que me ocuparé en su momento- hombres que cuidan excesivamente su estética y terminan brindando un aspecto femenino.

Los emos tienden a llorar por las esquinas, con o sin motivo, haciendo un mundo -a veces dos o tres mundos- de sus imaginarios problemas. Predican la anarquía, el socialismo y el comunismo, vistiendo ropa de primeras marcas y alto precio, tipo lacoste, burberrys o ralph lauren. Sus champions, por excelencia, son las converse all-star o “pisahuevos”.

Se consideran vegetarianos porque queda cool ir de eso, por más que luego se zampen en el Mac Donals un bigmac con lechuga, y consideren bocadillo vegetal a esa mezcla pringosa de carne, lechuga y huevos duros con medio litro de mayonesa.

La especie, cuyos pasos evolutivos no se conocen con seguridad, usa pantalones ceñidos en exceso, probablemente sustraídos del armario de su hermana, a condición de que no sea caderona, remera oscura y mochilas de cartero llenas de parches de bandas emo punk. A veces se colocan gafas de pasta, aunque vean perfectamente, cinturones de cuadritos de colores y características cromáticas inusuales, o de tachuelas. Tienden a exhibir bordados con forma de estrellita de dudosa tendencia sexual, con puntas redondas, no se vayan a pinchar, corazones y caritas tristes o pseudocadavéricas, con una curiosa devoción por hello kitty, la gatita blanca antropomorfa que lleva un lazo en su oreja izquierda. También les encanta gloomy bear para acompañar las emociones o antiemociones de la especie. Es un osito encantador, tierno y blando aunque, en realidad, se trata de una bestia que asesina y devora humanos.

En grupos, suelen ir tomados de la mano -iba a escribir “cogidos”, pero mi estricta correctora de estilo no me lo permite- no vaya a ser que se pierdan. Luego se ubicarán en una esquina oscura a escuchar su ipod rosado, decorado con la sangre de sus propias venas abiertas, para quitarse una foto tapándose la boca o con cara de sorprendidos o tapándose la boca con cara de sorprendidos.

Estos emos virales, que no viriles, contagian con su sola presencia a las demás criaturas de dios, provocando que la enfermedad flequillus emoide esté actualmente en vías de convertirse en una pandemia al estilo de la gripe del cerdo, con perdón. Véase si no el animalito de al lado o el caso más dramático del mismísimo Emo Morales.

Dentro de unos años, los supervivientes irán al trabajo vistiendo saco emidio tucci y corbata de seda natural, y escucharán a Moby, que es como escuchar hoy a Kenny G y hace 20 años a Ray Conniff.

FOTO (Arriba del todo): Chico emo despidiéndose de su mejor amiga antes de cortarse las venas.

viernes, 15 de mayo de 2009

El corazón de la memoria

Has navegado por un río de dolor que lleva hasta el corazón de la memoria. Has visto apagarse en tus brazos la vida que te dio la tuya, como una vela que se extingue entre un chisporroteo de estertores y has flotado, a tu pesar, en ese amargo vacío sin respuestas que siempre crea la aparición cercana de la muerte.

Te ha herido la mirada el resol de la mañana de mayo que enciende los muros de cal de una casa invadida de ausencias, en la que cada rito cotidiano te clava la punzada de una soledad pastosa, densa e inerte.

Has sentido el silencio hueco y funeral del desamparo cuando recorres las estancias que habitó tu niñez colorida de voces y presencias, cuando acaricias los muebles y los armarios y los libros donde reposa la huella polvorienta del tiempo que dejaste atrás.

Has desandado el camino de tu propio ser hasta el primer instante que recuerdas y, en esa dolorida exploración, se te han acumulado las horas hechas años hasta dejarte exhausto, apaleado por un remolino de sentimientos, estacado de zozobra en mitad del patio donde jugabas con la feliz disipación de la inocencia, quizá bajo este mismo trozo de azul en el que oyes cantar los pájaros y mecerse las flores recién abiertas, como esa rosa que alguien acaba de dejar en tus manos.

Al cerrar por fuera el viejo portón, has notado en tus entrañas el golpe seco de la madera vencida y sabes que has bajado la persiana de una etapa que ya no volverá, salvo en la bruma de la memoria con que alcances a evocarla.

Nada hay tan común como la muerte de un ser querido, pero en ese trance decisivo, jamás sirve de nada la experiencia. No vale el esfuerzo intelectual ni el consuelo moral ni la misma certeza del desenlace.

Al final, estás solo delante de la maldita puerta que tendrás que cerrar con la melancolía de un expatriado, mientras tu estómago te pega por dentro la patada brutal de la evidencia. Antes lo sabías o lo intuías, pero ahora lo sientes con una certidumbre definitiva, irrevocable: la infancia no acaba cuando te haces adulto, sino cuando muere tu madre.

Así que has vuelto lentamente de la áspera anestesia de los recuerdos al presente que dejaste colgado en la percha del recibidor cuando la angustia te agarró de las solapas para lanzarte a su vértigo de soledades y, en los periódicos ya caducos de las últimas horas, has buscado la hoja de ruta del retorno.

No te será difícil: todo está igual que antes de tu periplo al fondo de la nostalgia. El mismo ritual fatuo de palabras sectarias, el escenario idéntico de una política inmóvil, la trivial logomaquia repetida de consignas estériles.

Una breve, concisa cuenta mental te ha permitido calcular la diferencia: debe de haber quince mil parados más y ni siquiera eso resulta ya una novedad para tener en cuenta.