viernes, 15 de mayo de 2009

El corazón de la memoria

Has navegado por un río de dolor que lleva hasta el corazón de la memoria. Has visto apagarse en tus brazos la vida que te dio la tuya, como una vela que se extingue entre un chisporroteo de estertores y has flotado, a tu pesar, en ese amargo vacío sin respuestas que siempre crea la aparición cercana de la muerte.

Te ha herido la mirada el resol de la mañana de mayo que enciende los muros de cal de una casa invadida de ausencias, en la que cada rito cotidiano te clava la punzada de una soledad pastosa, densa e inerte.

Has sentido el silencio hueco y funeral del desamparo cuando recorres las estancias que habitó tu niñez colorida de voces y presencias, cuando acaricias los muebles y los armarios y los libros donde reposa la huella polvorienta del tiempo que dejaste atrás.

Has desandado el camino de tu propio ser hasta el primer instante que recuerdas y, en esa dolorida exploración, se te han acumulado las horas hechas años hasta dejarte exhausto, apaleado por un remolino de sentimientos, estacado de zozobra en mitad del patio donde jugabas con la feliz disipación de la inocencia, quizá bajo este mismo trozo de azul en el que oyes cantar los pájaros y mecerse las flores recién abiertas, como esa rosa que alguien acaba de dejar en tus manos.

Al cerrar por fuera el viejo portón, has notado en tus entrañas el golpe seco de la madera vencida y sabes que has bajado la persiana de una etapa que ya no volverá, salvo en la bruma de la memoria con que alcances a evocarla.

Nada hay tan común como la muerte de un ser querido, pero en ese trance decisivo, jamás sirve de nada la experiencia. No vale el esfuerzo intelectual ni el consuelo moral ni la misma certeza del desenlace.

Al final, estás solo delante de la maldita puerta que tendrás que cerrar con la melancolía de un expatriado, mientras tu estómago te pega por dentro la patada brutal de la evidencia. Antes lo sabías o lo intuías, pero ahora lo sientes con una certidumbre definitiva, irrevocable: la infancia no acaba cuando te haces adulto, sino cuando muere tu madre.

Así que has vuelto lentamente de la áspera anestesia de los recuerdos al presente que dejaste colgado en la percha del recibidor cuando la angustia te agarró de las solapas para lanzarte a su vértigo de soledades y, en los periódicos ya caducos de las últimas horas, has buscado la hoja de ruta del retorno.

No te será difícil: todo está igual que antes de tu periplo al fondo de la nostalgia. El mismo ritual fatuo de palabras sectarias, el escenario idéntico de una política inmóvil, la trivial logomaquia repetida de consignas estériles.

Una breve, concisa cuenta mental te ha permitido calcular la diferencia: debe de haber quince mil parados más y ni siquiera eso resulta ya una novedad para tener en cuenta.


6 comentarios:

Alfonso dijo...

La verdad que es todo un lujo leerte. Tanto en forma como en contenido. Un saludo. Alfonso

Paola dijo...

Wow, muy conmovedor... sin duda el mundo perdió un poeta contigo!!

Conan o Tintín depende dijo...

Es una reflexión sobre la niñez y la relación materna preciosa. Es curioso cómo uno puede ponerse sensiblón con unas líneas escritas. Con mi hijo ahora veo cómo echo de menos repetir mi infancia y cómo desearía poder ser como él.

Desde Atlanta con amor dijo...

No sé qué más decirte, FG, que no te haya dicho ya. Te leo y me haces llorar porque intuyo lo profundo de tu tristeza. Pido a Dios que encuentres en otro lugar lo que no supimos darte en Paraguay.

Anónimo dijo...

¡Triste pero precioso!

Anónimo dijo...

que bella relación con el duelo , saludos, pepa k