martes, 25 de noviembre de 2008

Villarrica bis

Había quedado en abundar detalles de lo del viaje a Villarrica, pero se me pasó el domingo siguiente en un plisplás, entretenido como estuve en ingerir las viandas teutónicas -regadas con un cabernet tinto que no calificó más allá de regular- ofrecidas para el almuerzo en el Jardían Alemán, la jineteada de Capiatá, comprar jamón ibérico en Enjoyce para la cena que tengo en casa el miércoles, terminar la noche del Día de la Raza bailando al borde de la piscina del Granados con Esther Williams y acabar con la inacabada evaluación del merlot argentino. ¡Demasiados compromisos, oiga, para la edad que tengo!

El caso es que salimos hacia Villarrica el viernes a la una en punto de la tarde en todos los relojes, matamos el hambre por el camino con una chipa y un cocido en María Ana, creo, pasado ya el cruce de Piribebuy, la carretera por donde van los novios a pasar el fin de semana cogiendo -jodiendo, follando, encimando... decimos en Ispanistán- como conejos, a 30 dólares la noche, en La Graciela y otros lugares de categoría turística similar. Solo para extranjeros, dicen.

Arribamos al Villarrica Palace conducidos cual bovinos por nuestro chofer, empeñado en adelantar donde no se debe, con enfermiza atracción por la doble raya amarilla -más como raya de coca que de tránsito- y manejando a trompicones para no permitirnos dormitar un rato, el muy jodido. Roberto y yo nos tomamos una birra de lata en la terraza de mi habitación -bien maja, por cierto, la terraza digo- y nos pusimos a trabajar inmediatamente hasta las tantas de la calurosa tardecita.

Pero, bueno, si lo que se espera es que escriba sobre Villarrica vamos de traste porque no me enteré de nada. Ni siquiera me acerqué al centro de la ciudad para admirar todas las maravillas que Ruth me describió, que dice que su pueblo -su ciudad, perdón- está muy adelantada en materia de sexo y que en carnavales desfila una tipa en pelotas con todos sus atributos al aire fresco de la cordillera. Lo cierto es que el viernes terminamos pasadas las 9 de la noche y yo estaba muy mal por la gripe que me estuvo tocando los ovoides toda la semana y decidí irme a la cama mientras mis colegas se iban de bailongo.

El sábado trabajamos hasta el mediodía, almorzamos malamente una milanesita con papas y pusimos rumbo a Asunción, que mucha gente tenía prisa. El día anterior le había propuesto a Roberto viajar con mi auto, pero casi me impusieron el del proyecto, así que me quedé como secuestrado en aquel berenjenal.

Lo mejor fue la parada en Yataity o como se llame o como se diga, que la Emi me marea con la pronunciación de la dichosa "y" guaraní, pero eso de Yataity ya lo he contado.

Añadir que existe constancia de nuestra visita en el número de noviembre de la revista "Zeta", en la que sale en tapa una tipa en bombacha y corpiño que dicen que es la reina de la lencería fina. Arriba os pongo la foto. La nuestra, no la de la tipa, para que los machos no se exciten innecesariamente. O sí, vaya Ud a saber.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues mejor que hubieras puesto la foto de la tipa esa que dices en bragas. También la revista os podía haber puesto en tapa y a la de la lencería mandarla al interior. Jaja

Anónimo dijo...

Entretenido tu relato Félix, pero no sería más ortodoxo decir que en la Graciela los novios joden (cogen, fornican o follan) como "conejos" y no como "locos" Que por cierto, me vienen ahora dudas si los insanos mentales se dedican mucho a copular.

FG dijo...

Toda la razón, Ignacio. Ya he corregido el texto. Gracias por tu importante observación, que el asunto de la jodienda no tiene enmienda.