lunes, 22 de septiembre de 2008

La tierra sin mal (II): Hombres-dioses

Había dos maneras de acceder a la Tierra sin Mal, a ese paraíso encantado: luego de morir y en vida misma. Tras la muerte hay una recompensa para aquellos que en vida juntaron méritos suficientes para acceder al premio. Después de la muerte de los cuerpos, las almas de aquellos que han vivido virtuosamente, es decir que se han vengado bien y comieron a sus enemigos, se van detrás de las altas montañas donde danzan en bellos jardines, en compañia de sus abuelos.

Era, sin embargo, posible llegar a la Tierra sin Mal en cuerpo y alma, sin haber bebido el trago de la muerte en el camino. Morada de los antepasados, sin duda, la Tierra sin Mal era igualmente un lugar donde, sin pasar por la prueba de la muerte, se podía ir en cuerpo y alma. Esa concepción es revolucionaria porque revela que los hombres aspiraban a ser inmortales como los dioses, observando que los venidos de lejos –los conquistadores- no se percataron de este rasgo distintivo de la cultura de los Guaraní.

Ahora bien, ¿en qué lugar situaban ellos a ese edén donde no se necesita labrar la tierra para que ella produzca y el cuerpo se vuelve inmortal? No hay plena coincidencia entre los diversos grupos étnicos. Algunos lo ponen en el Este, cruzando el mar; otros en el centro de la tierra. También lo suponen ”más allá de las montañas”, hacia al Oeste. Ello podría significar ”detrás de los Andes”. La indicación podría tener algún asidero en los Chiriguanos, que habrían realizado un viaje a la Tierra sin Mal, llegando hasta las estribaciones andinas solamente, debido a la resistencia que encontraron por parte de los moradores de esa zona. Hasta allí pudieron avanzar en su peregrinación.

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